sábado, 21 de julio de 2012

POR DENUNCIAR AL APARATO ESTATAL CHILENO CORRUPTO LO ASESINARON

Luis Mesa Bell El reportero acallado

Marisol García

Los poco más de dos meses que Luis Mesa Bell alcanzó a dirigir la revista Wikén, en 1932, bastaron para acumular sobre su prestigio una lista larga y pesada de enemigos. Tan larga e importante, de hecho, que en la revista Hoy se les ocurrió enumerarla a modo de tributo cuando hubo que escribir el obituario del periodista (“uno de nuestros hombres mejores, más capaces y mejor inspirados”), asesinado poco antes de que terminara ese año. Se detallan allí sus campañas:

“Contra la Bolsa Negra.
Contra los servicios de Aseo y Jardines.
Contra la Guardia Blanca o Milicia Republicana.
Contra la Dirección de Caminos.
Contra el tráfico de drogas heroicas.
Contra el prefecto de Investigaciones de Valparaíso, Alberto Rencoret Donoso, por el asesinato del profesor Anabalón.
Contra la Sección de Investigaciones y contra sus jefes señores Armando Valdés, Diego Ruz, Carlos Alba y agente Carlos Vergara.
Contra don Manuel Vásquez, ex jefe del Departamento de la Habitación.”

Había muerto recién un hombre de rivales famosos, con nombre y apellido, ganados a puro reporteo y redacción inspirados más en un amor sincero por la investigación que en los ideales de izquierda que como joven lo azuzaban. Moría con Luis Mesa Bell una de las voces más importantes del periodismo de denuncia de los años veinte y treinta en Chile, pero, sobre todo, un símbolo de que no había otro modo de ejercer la crónica disidente que con una dedicación vital completa; consciente, incluso, de los riesgos extremos a los que se exponía en la época una voz atrevida con buena tribuna. Su asesinato alevoso mereció en su momento una indignación que contagió incluso al presidente Arturo Alessandri.

¿Pero quién sabe hoy algo de Luis Mesa Bell, más allá de su popular animita? Los reporteros, incluso los mártires, consiguen una fama heroica de corta duración. Pocas veces una muerte tan masivamente lamentada fue borrándose con tanta rapidez de la memoria nacional.
Los dardos de su prosa no apuntaban siempre a instituciones o personajes identificables; más bien, tomaban a estos como síntomas de dramas más amplios que el periodista gustaba de recordar apenas podía. Su breve paso por Wikén dejó esquirlas de una crónica opinativa y alerta a abusos hasta hoy reconocibles en el capital extranjero o en las prerrogativas de clase. Su pelea escrita con la Policía de Investigaciones marcó su fama y también su suerte.

El título de “primer mártir del periodismo chileno” de poco ha servido para mantener a mano su legado, impresionante, sobre todo, por la premura con que se forjó. No es rara la precocidad en el periodismo, pero la juventud le impuso a Luis Mesa Bell un excepcional deber de liderazgo en torno al oficio. Antes de los treinta años de edad, ya había sido editor de La Nación y director de El Correo de Valdivia y La Crónica. Sobre su paso a Wikén –primero como colaborador, luego como reportero y, al fin, como director– el escritor Claudio Rodríguez, curioso e investigador de su historia desde hace años, destaca que “de inmediato modificó el estilo liviano y de variedades de la revista por otro más agresivo e ideológico, semejante al que ya había desarrollado en La Crónica. Así se sucedieron las denuncias sobre los corredores de la Bolsa Negra, los servicios de Aseo y Jardines, las Milicias Republicanas (para infiltrarse en sus cuarteles se disfrazó de albañil), además del tráfico de morfina, heroína, cocaína y opio en el puerto de Valparaíso ante la inoperancia policial”. Es en todas esas páginas de archivo donde hoy resulta más confiable pesquisar pistas acerca de su personalidad:

“El sudor del obrero de la pampa se convierte en champagne que burbujea en Biarritz o San Sebastián. La sangre de los obreros lesionados en Sewell o Chuquicamata se juega a la ruleta en Montecarlo. ¡Hasta cuándo!” (8 de octubre, Wikén).

Sus textos atrevidos e increpadores fueron escritos con indisimulada urgencia, la de un hombre joven entregado a los riesgos de su osadía. Rodríguez cree que Mesa Bell habría sido el candidato ideal para sumarse al periodismo político sarcástico y encendido que se legitimó en Chile más tarde con la Unidad Popular: “Me lo imagino, no sé, avivando la cueca en el Clarín o en el Puro Chile”.

Los dardos de su prosa no apuntaban siempre a instituciones o personajes identificables; más bien, tomaban a estos como síntomas de dramas más amplios que el periodista gustaba de recordar apenas podía. Su breve paso por Wikén dejó esquirlas de una crónica opinativa y alerta a abusos hasta hoy reconocibles en el capital extranjero o en las prerrogativas de clase. Su pelea escrita con la Policía de Investigaciones marcó su fama y también su suerte. En varios textos de la época, Mesa Bell insistía en presentar a Investigaciones como un cuerpo más interesado en resolver conflictos políticos que de desorden o delincuencia. El último editorial escrito por el periodista se presenta como una carta al recién electo Arturo Alessandri en que le advierte sobre la miseria campante “que recibiréis como herencia de los malos gobiernos anteriores”:

“No le creáis, Excelencia, a la Sección de Investigaciones. Ella no os va a señalar jamás a los que verdaderamente conspiran contra vos y la tranquilidad social. Son el hambre, la miseria y la desesperación, y se alimentan con la ceguera y las torpezas de muchos de los que os rodean, esos mismos que especulan con la depredación de la moneda, que piensan enriquecerse con la consolidación de la deuda externa, que negocian con el salitre o con la acaparación de los artículos alimenticios. Vos no los toleréis a vuestro lado, excelentísimo señor”.

NOTA: Este artículo ha sido tomado de DOSSIER, medio virtual de la Facultad de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales.




lunes, 9 de julio de 2012

PABLO DE ROKHA, EL BARDO ASESINADO POR EL SISTEMA

Por José G. Martínez Fernández.


Fuente: El Morrocotudo / Miércoles 07 de Noviembre de 2007

Título de esa ocasión: Pablo De Rokha, otra vez "Asesinado"
Televisión Nacional dice ser el Canal de todos los chilenos. Recientemente ese Canal realizó la selección de los 60 grandes chilenos de la historia, y para ello invitó a un grupo de intelectuales.

Entre los seleccionadores hay varios ganadores de Premios Nacionales durante los últimos 17 años. Los miembros del jurado también fueron 17. Hombres del mundo del arte: Gonzalo Díaz (artista plástico) y Fernando González (director teatral); hombres muy talentosos. Juan Pablo Cárdenas (periodista). Todos obtuvieron el Premio Nacional. Al igual que otras figuras bien elegidas, pero que tienen cierto "desapego" de lo que se llama héroe fundacional y "desapego" de lo que llamamos gran poeta.

Siendo los historiadores los que mejor pudieron resolver la historia, no lo hicieron. En representación de ellos estaban Sofía Correa, Cristián Gazmuri y Gabriel Salazar, entre otros.

Salazar también ganó el Premio Nacional de Historia, el mismo que se le ha negado a Luis Vitale, autor del ya clásico "Interpretación marxista de la historia de Chile". Aunque ambos lucharon contra Pinochet y fueron sus víctimas, hay una parte de nuestro Estado que no quiere a Vitale, especialmente por su libro "De Martí a Chiapas". Quien lea este libro lo entenderá. Lo malo es que encontrar libros de Luis Vitale no es tan fácil.

Salazar es Premio Nacional de Historia y, suelto de cuerpo, en una entrevista realizada hace unos meses, en la revista EL PERIODISTA, dijo que O'Higgins y Balmaceda, habían sido dictadores y asesinos y nombró a dos gobernantes más de la misma manera.

Pero no citó a Pedro Montt, el padre de la masacre de miles de obreros en la Santa María de Iquique; no citó a Carlos Ibáñez del Campo, autor de otras, incluyendo la desaparición de personas por ser homosexuales, hecho conocido durante mucho tiempo y que actualizó hace poco Pedro Lemebel.

Salazar no sólo obvió a esos dos, sino a todos aquellos que, habiendo sido gobernantes en períodos en que se produjeron matanzas, han tenido parientes en los últimos Gobiernos o que, desde el parlamento, han sido adeptos a ellos. Táctica clave la de él: "no quemarse" frente a un jurado que considera valioso ese silencio para otorgar los Premios Nacionales.

Todos los seleccionadores le dieron la mayor cantidad de votos a Andrés Bello, autor del Código que aún nos rige; en desmedro de O'Higgins, indudablemente el personaje más importante de nuestra historia. La mayoría, como ex-alumnos de la Universidad de Chile, votaron por el fundador de esa casa de Estudios. Importante el aporte de Bello; pero más importante es quien firmó el acta de Independencia luego de batallar en tantos lugares, y quien tuvo respeto por los aborígenes chilenos (mapuches) y el primero que expuso que los negros esclavos debían dejar de serlo. Y realizó una serie de otras obras. Y ese fue O'Higgins.

Sobre él pesa el que Pinochet haya osado comparársele. Dice al respecto Orlando Millas, ex ministro de Allende: "el empleo abusivo de un O'Higgins que el dictador trata de convertir en figura emblemática propia". Mientras en Chile la dictadura lo hacía "suyo", en el exilio le admiraban y defendían, aparte de Millas, Volodia Teiltemboim, Alejandro Witker, Andrés Pascal Allende y otros líderes de la izquierda chilena. En Chile era reconocida la admiración que Allende sentía por El Libertador. O'Higgins, además, atrajo la admiración de dos rivales poéticos: Neruda y De Rokha. Ambos le cantaron.

Como dice Joaquín Fermandois (Académico del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile): "O'Higgins es el padre de la creación de la República, con un sólido mensaje".

Obviamente tampoco quedaron fuera de la lista: Lautaro, Ercilla, Balmaceda, Manuel Rodríguez, Arturo Prat, Aguirre Cerda, y varios más en el campo de la historia política y militar de Chile. Merecidamente.

En la historia del arte se hizo justicia con las presencias de Arrau, Violeta Parra, Roberto Matta, Rebeca Matte y otros.

En el campo de las letras, que es lo que más nos interesa, también se hizo justicia con la presencia (en narrativa) del enorme Manuel Rojas, pero se obvió -en acto de plena injusticia- el nombre Roberto Bolaño.

En poesía los nombres eran evidentes: Mistral, Neruda, Huidobro y los tres fueron considerados, pero aquí faltó el cuarto gran poeta. El bardo que cantó a las Bebidas y Comidas de Chile, que amó la patria como pocos, el que cantó las gestas de O'Higgins, Rodríguez, Balmaceda y Recabarren, entre otros héroes; el que cruzó la patria con sus libros en las manos. El que hablaba como los volcanes, con aquella voz que hacía temblar a muchos. Era, es, enorme. El poeta que amó a Chile y cantó a los pobres de Chile. Aquí faltó Pablo de Rokha.

Sí, el gran Pablo de Rokha.

Aquel que, sépalo Chile, está enterrado en un nicho envejecido de un conjunto de numerosos nichos muy envejecedidos. Allí los huesos de él junto a los de su amada Winétt. En un "nicho" en que apenas se lee su nombre y el de la dulce mujer que le acompañó siempre.

Pablo de Rokha, uno de los cuatro grandes de la poesía chilena, abandonado, tirado, solitario.

Ahora los jurados que eligieron a los 60 grandes de la historia de Chile por mandato de Televisión Nacional también lo abandonaron.

Cuando, en septiembre de 1968, Pablo de Rokha se quitó la vida, Carlos Droguett, entre lágrimas y rabia, dijo: "asesinaron a Pablo de Rokha".

Hoy podemos volver a decir que Pablo de Rokha ha vuelto a ser "asesinado".

Encontremos a este poeta-héroe que cantó a otros héroes en el único lugar que Chile le ha dado: un nicho envejecido, abandonado, solitario, como él mismo fue condenado a vivir. Está entrando por la puerta principal del Cementerio General. Allí hay dos enormes edificios de nichos, muy viejos. El poeta está en el edificio del lado derecho, al comienzo del mismo, en la parte baja. A veces hay flores, a veces sólo la soledad. La misma soledad del gran poeta.

Lo buscaba hacía años. Sólo sabía que estaba en el Cementerio General. Preguntaba por De Rokha o Carlos Díaz Loyola. Búsquedas inútiles.

Al fin, el año pasado, una persona -al parecer un cuidador- me dijo dónde estaba sepultado el gran Pablo de Rokha. Y me lo dijo con un sentimiento profundo. Con un respeto enorme. Aquel hombre del pueblo, seguramente, sí sabía que Pablo de Rokha había sido un cantor de los trabajadores. Y por eso su manera de decirlo y por eso su respeto y su sentimiento.


FUENTES:
"Carta magna del continente", Pablo de Rokha, Edit. Multitud, 1949.
"Fusiles de sangre", Pablo de Rokha, Edit. Multitud, 1950.
"Arte grande o ejercicio del realismo", Pablo de Rokha, Edit.Multiutud, 1953.
"Pablo de Rokha, guerrillero de la poesía", Mario Ferrero, Edic. Alerce, 1967.
"De O'Higgins a Allende", Orlando Millas, Libros del Meridión, sin fecha.


NOTA: Este artículo fue publicado por varios diarios digitales y por la revista literaria digital CINOSARGO que dirige el joven intelectual Daniel Rojas Pachas, hace ya cinco años, teniendo -en total- millares de lecturas.