jueves, 18 de febrero de 2016

CIVILES MILLONARIOS TRAS EL GOLPE DEL 11 DE SEPTIEMBRE



Por Federico López.

En la madrugada del 11 de septiembre de 1973, no solamente los jefes militares golpistas contaban expectantes los minutos. También esperaban tensamente los empresarios, políticos y dirigentes gremiales que estaban en el secreto de la conspiración. Entre ellos, los "generales civiles" del golpe: una cincuentena de personas que desde hacía tres años buscaban el derrocamiento de Allende y la destrucción de la Izquierda. Algunos, incluso, venían de antes del 4 de septiembre de 1970, cuando el candidato de la Unidad Popular venció por casi cuarenta mil votos al abanderado de la derecha, el empresario y ex presidente de la República, Jorge Alessandri Rodríguez. En una base de la Fach, en el sur del país, esperaba Pablo Rodríguez Grez, jefe de Patria y Libertad, que había ingresado clandestinamente al país tres días antes desde Ecuador. El presidente del Senado y líder de la Democracia Cristiana, Eduardo Frei Montalva, había sido advertido que el golpe tenía fecha y hora. En la tarde del domingo 9, el general Sergio Arellano Stark, muy cercano a la DC y uno de los hombres claves en la organización del levantamiento, se lo había dicho a tres conspicuos personajes: Jorge Fontaine Aldunate, hermano de Arturo, subdirector de "El Mercurio" y presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio; al senador democristiano Juan de Dios Carmona y al coronel (r) Alberto Labbé Troncoso, ex director de la Escuela Militar, ligado a sectores ultranacionalistas. En la tarde del lunes 10, Arturo Fontaine y René Silva Espejo, director de"El Mercurio" se constituyeron en la Editorial Lord Cochrane para preparar una edición de emergencia del diario para el caso que no pudiera imprimirse en los talleres de calle Compañía. Fue alertado un grupo de periodistas. También lo sabían Jorge Alessandri y su cuñado Arturo Matte Larraín, jefe del grupo económico dueño de la Papelera, de plantas de celulosa y de otras grandes empresas.

A través de la Armada conocían el "día decisivo", el senador DC Juan Hamilton y también altos dirigentes de derecha. Los senadores del Partido Nacional, Sergio Onofre Jarpa, Pedro Ibáñez- empresario poderoso y de gran influencia en el ámbito de los negocios- y Francisco Bulnes Sanfuentes, también sabían lo que se avecinaba. Por sobre civiles y militares, la mirada vigilante del gobierno de Richard Nixon. Las agencias de inteligencia trabajaban febrilmente. Los barcos de la Operación Unitas se acercaban a la costa chilena y un puente radial entre barcos chilenos y norteamericanos se puso en acción. En la Misión Naval de Estados Unidos, en Valparaíso, había emergencia bajo la dirección del capitán de navío Patrick Ryan. Dos días antes, en Washington un eufórico Henry Kissinger, secretario de Estado, había dicho al embajador norteamericano en Chile, Nathaniel Davis: "por fin tenemos andando un golpe militar en Santiago".

Civiles, militares y funcionarios norteamericanos coincidían. Había que derrocar a Allende. La resolución era absoluta. Debía correr sangrte a raudales para eliminar toda resistencia desde el primer momento e impedir para siempre el surgimiento de una alternativa de Izquierda. En los muros de Santiago se multiplicaban los grafitti: "Jakarta viene" aludiendo a la represión militar en Indonesia que a mediados de los años sesenta causó cerca de un millón de víctimas.


UNA HISTORIA ANTIGUA


El triunfo de Allende en 1970, cayó como bomba en Washington y en Chile dejó estupefacta y aterrorizada a la derecha. Agustín Edwards Eastman, dueño de "El Mercurio", huyó a Estados Unidos y fue figura importante en las decisiones de Nixon para desestabilizar el gobierno de la Unidad Popular. Entre el 4 de septiembre y el 3 de noviembre las conspiraciones se multiplicaron. Incluso hubo -según afirma Seymour Hersh, periodista norteamericano-, un plan para asesinar a Allende. Los agentes norteamericanos contaron con financiamiento y apoyo de las grandes empresas mineras -Anaconda, Kennecott- y de la ITT

Agustín Edwards presentía la posibilidad del triunfo de la Izquierda desde mediados del gobierno de Frei. En 1966, un diplomático chileno en Buenos Aires, Mario Valenzuela, había sospechado de la actuación de Edwards en la exacerbación del sentimiento antiargentino luego del incidente fronterizo de Laguna del Desierto en que murió el teniente de Carabineros Hernán Merino. Una situación conflictiva con Argentina podía debilitar el gobierno de Eduardo Frei, dudoso a esas alturas para Estados Unidos, y desembocar eventualmente en un golpe de Estado anticomunista. Edwards fue también simpatizante del general Roberto Viaux y del "tacnazo" de fines del año 69, con clara orientación fascistoide. Años más tarde, Patricio Aylwin declaró que estaba convencido que Edwards trató de conseguir apoyo norteamericano para Viaux y sus propósitos golpistas.

Agustín Edwards no era el único. Un sector importante de la derecha estaba convencido de la necesidad de un golpe militar para aplastar a la Izquierda. Jugaron a Alessandri, sin olvidar la otra opción. El propio programa del candidato empresarial llamado "La Nueva República", planteaba el libre mercado y un proyecto refundacional. El entonces diputado DC, Luis Maira pensaba que si triunfaba Alessandri habría un golpe institucional para cancelar el proceso de cambios democráticos en marcha.

Se trataba de impedir la llegada de Salvador Allende a la presidencia de la República. Al precio que fuera. En el entorno íntimo del derrotado candidato Jorge Alessandri dos ingenieros -Edgardo Boetsch García-Huidobro y Ernesto Pinto Lagarrigue- trataron de impulsar el plan que los norteamericanos llamaron Track I. Alessandri debía ser elegido por el Congreso Pleno y como presidente electo renunciaría para provocar otra elección presidencial en que Eduardo Frei Montalva sería candidato único de la DC y de la derecha. Al fracasar la maniobra, se abrió paso el Track II que culminó con el asesinato del general René Schneider, comandante en jefe del ejército, en que participó un grupo de ultraderechistas, entre ellos un sobrino del senador Francisco Bulnes, del partido Nacional (PN).

Muchas maniobras se discutían y tramaban en actividades sociales. Desde 1968 funcionaba la Cofradía Náutica del Pacífico Austral organizada por Hernán Cubillos, ex oficial naval, y ahora empresario, en que participaban los almirantes José Toribio Merino, Patricio Carvajal, Arturo Troncoso, Roberto Kelly, ex capitán de navío, con buenos contactos con los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Agustín Edwards y René Silva Espejo. Este último sería muy útil para los contactos golpistas con oficiales del ejército y la Fach mientras Cubillos mantenía interlocución privilegiada con la Armada. Cuando Edwards se marchó a Estados Unidos, fue designado Comodoro de la Cofradía Náutica el almirante José Toribio Merino

Militares en retiro y grupos terroristas se mezclaban en acciones más o menos desesperadas. El general (r) Héctor Martínez Amaro -padre de un oficial naval, Jorge Martínez Busch-, era uno de los más activos. En otro grupo terrorista que colocó bombas y organizó atentados, figuraba un joven estudiante de Ingeniería, hijo de un oficial naval en retiro, Enrique Arancibia Clavel, que debió ocultarse después del asesinato del general Schneider.

Más allá de la coyuntura, surgió un movimiento fascista novedoso: Patria y Libertad, creado a los pocos días del triunfo electoral de Allende por el abogado Pablo Rodríguez Grez, que llamó a resisitir y a derrocar al marxismo. Al año siguiente se convertiría en Frente Nacionalista, con estructuras públicas y secretas y acentuada vocación paramilitar y terrorista.

Fracasado el Track II, la derecha se convenció que debía aceptar -aparentemente- el gobierno constitucional de Salvador Allende. Pero no dejó de conspirar. Las asociaciones de empresarios estaban dispuestas a todo. En una de ellas, la Confederación de la Producción y el Comercio, estaba Jorge Fontaine y en la más antigua, la Sociedad Nacional de Agricultura, el liderazgo correspondía a Benjamín Matte de tendencias fascistas, dueño de la empresa agroindustrial ULA. Pero era necesario, por un lado cohesionar a los empresarios, y por otro ampliar el movimiento a otros gremios y colegios profesionales hasta levantar un movimiento para derrocar a Allende. En el plano político había que juntar a la derecha con la Democracia Cristiana. Hacia allá se orientaron los conspiradores.


ROL DE LA SOFOFA


Eugenio Heiremans Despouys, era un empresario metalúrgico que había visto quebrar a su empresa, Socometal y estaba cambiando de giro. Desde un primer momento se planteó el derrocamiento del presidente constitucional. Conocía a un empresario joven y buen organizador: Orlando Sáenz, que presidía a los industriales metalúrgicos. No estaba vinculado a los grandes grupos económicos ni a empresas extranjeras, condiciones que Heiremans consideraba esenciales para el papel que le propuso. Sáenz aceptó presidir la Sociedad de Fomento Fabril y a los pocos meses se convenció de que Allende cumpliría el programa.

Por lo tanto había solamente una salida: derrocarlo a cualquier precio. En septiembre de 1971, la Sofofa organizó un seminario en Viña del Mar. Era el pretexto. Se reunieron los empresarios más importantes y decididos: Javier Vial, del grupo Los Pirañas, Hernán Cubillos, Ernesto Ayala, de la Papelera, Eugenio Heiremans, Jorge Fontaine, etc. Sáenz fue categórico y convincente. Había que prepararse para una "guerra" que no sería fácil ni corta. Había que actuar en consecuencia con planes, estrategia y estructuras. Se crearon departamentos: desde estudios a inteligencia. Después vendría el dinero, incluyendo dólares que llegarían, sin ninguna duda.

A comienzos de 1971, el economista Sergio Undurraga empezó a hacer estudios técnicos para la Sofofa. En "El Mercurio" actuaba un grupo reclutado por Edwards: el economista Sergio de Castro, Hernán Cubillos, Roberto Kelly y el abogado Carlos Urenda, ligado a los mayores grupos económicos.

El año 1971 fue exitoso para el gobierno de Allende. Ganó las elecciones municipales con más del 50% de la votación, casi 20 puntos más que los alcanzados en la contienda presidencial. La economía crecía rápidamente y mejoraba la vida de la gente.

Pero se acumulaban tensiones. Miles de mujeres de los sectores medio y alto salieron a las calles a comienzos de diciembre a protestar por una falta de alimentos que sólo ellas percibían. La "marcha de las cacerolas vacías" fue también el debut callejero de grupos de choque de Patria y Libertad y una expresión del odio que ahogaba a la derecha.

Al año siguiente las cosas empezaron a cambiar negativamente. Los efectos del bloqueo norteamericano y del sabotaje de empresarios y agricultores se hicieron sentir. En octubre un paro patronal, del comercio y de los transportes puso en jaque al gobierno. Fue derrotado por la movilización popular y también porque la derecha no lograba aún arrastrar plenamente a la DC. El general Carlos Prats encabezó el gabinete.

En esa época Sergio de Castro dijo algo que se recordó más adelante. "Echar a Allende no cuesta nada. Lo complicado es saber qué hacer con la economía".

Esa opinión quedó sonando en los oídos a Roberto Kelly. El ex capitán de navío pidió a Undurraga, a De Castro y a Emilio Sanfuentes que elaboraran un proyecto económico alternativo. Lo hicieron conforme a las orientaciones neoliberales aprendidas en la Universidad de Chicago por ellos y otros economistas jóvenes invitados al efecto. Fue el famoso "Ladrillo" preparado a petición de la Armada y que después del golpe sirvió de base para la implantación del modelo de libre mercado.

Entrevistado por la periodista Mónica González, el empresario Orlando Sáenz recordó que el movimiento empresarial y del comercio gastaba grandes cantidades de recursos: "Los dineros salieron de la empresa privada nacional y extranjera, pero más que nada externa. Yo mismo -agregó- hice contactos con sectores empresariales de otros países, a los cuales les debo lealtad y gratitud... En Europa, por ejemplo, trabajó un comité nuestro de tres personas... Pero, además, cada gremio llegaba con sus fondos. Le podría dar una nutrida lista de prohombres chilenos que hoy se expresan públicamente y que no tuvieron ningún empacho en recibir subsidios importantísimos para sus obras. ¿Sabe usted cuánto costó la campaña para salvar la Papelera, por ejemplo? Fueron cantidades enormes de dinero. Y sobre la base de allegar recursos, lo primero era tener medios de difusión. Teníamos una nónima de subsidios para treinta y tantas radios y más de veinte diarios a lo largo del país. Inventábamos publicidad. Era un ejército y toda esa actividad era necesaria. Nada más que la ?Sección Inteligencia? nuestra llegó a tener casi 70 personas. Y todos esos grupos funcionaban en un lugar que no tuviera relación con las organizaciones empresariales. Por ejemplo, donde se gestó el embrión del programa económico que aplicó Sergio de Castro fue en un departamento en los altos del Teatro Continental. Allí se instaló Sergio Undurraga, secretario ejecutivo de nuestro Departamento Técnico y comenzó a contratar economistas. El programa económico se demoró más de un año en elaborarse".

La situación se complicaba. Cientos de empresas fueron tomadas por los trabajadores en medio del paro de octubre. Patria y Libertad inició acciones de sabotaje. La derecha finalmente logró una alianza con la Democracia Cristiana que se lanzó también al camino de la confrontación. Las elecciones de marzo del 73 para elegir nuevo Congreso, fueron una derrota para la derecha. En el campo, latifundistas armados formaban los comandos "Rolando Matus" para oponerse a la reforma agraria. Muchos de sus integrantes participarían más tarde junto a militares y carabineros en masacres de campesinos e impondrían a sangre y fuego la pacificación en los campos después del golpe. Estados Unidos presionaba. En noviembre de 1972, la estación de la CIA en Santiago informaba al cuartel general que Patria y Libertad intensificaba su tabajo sedicioso, organizando a los opositores sin distinción. "Están organizados por cuadra. Mujeres y niños reciben instrucción en primeros auxilios y autodefensa, también en el uso de armas y fabricación de bombas molotov". Agregaba: "están entrenando personas para operar empresas eléctricas y de transporte público en caso de un golpe militar. Reciben apoyo económico y armas, del tipo ametralladoras y granadas de mano desde Brasil". Eran los comandos de Protección Comunal -los Proteco- que se extendieron por los barrios acomodados. Patria y Libertad preparaba también terroristas más sofisticados y decididos. En sus filas participaban Michael Townley, Mariana Callejas, Roberto Fuentes Morrison y otros personajes siniestros duchos en torturas y asesinatos.

La conspiración de los "generales civiles" -algunos de los cuales habían negociado a buen precio sus empresas con el gobierno-, llegaba a su culminación. Había que convencer a los militares. En el plano político, el Code sellaba la alianza entre la DC y la derecha. En el terreno paramilitar, estaban ya en condiciones de sostener una prolongada ofensiva terrorista con atentados y sabotajes. En el campo gremial, un arco amplísimo de organizaciones que iba desde colegios profesionales de médicos, ingenieros y abogados hasta dueños de camiones, pasando por empresarios, comerciantes y agricultores empalmó con la huelga de los mineros de El Teniente dirigidos por Guillermo Medina, sindicalista de origen DC que terminaría como miembro del Consejo de Estado de la dictadura. A fines de julio se inició un paro para derribar al gobierno. Miles de camiones se estacionaron en campamentos, con discreta protección de marinos y militares. El dinero yanqui afluyó a raudales. El 29 de junio se levantó el Regimiento Blindados con apoyo de Patria y Libertad y se aceleraron los preparativos para el golpe militar. Dirigentes sediciosos como León Vilarín, líder de los camioneros, Rafael Cumsille, de los comerciantes minoristas, y Julio Bazán de los Colegios Profesionales y Técnicos ocupaban las portadas de los diarios, mientras Jaime Guzmán comandaba el gremialismo protegido por las murallas de la Universidad Católica y con el apoyo del sacerdote Raúl Hasbún, director del Canal 13 de televisión.

El 22 de agosto la Cámara de Diputados con el voto derechista y de la DC, aprobó un proyecto de acuerdo redactado entre otros por los diputados Mario Arnello y Mario Ríos, del PN, y los DC, José Monares y Arturo Frei Bolívar, con el apoyo y estímulo de Luis Pareto, que declaró al gobierno al margen de la Constitución. Al día siguiente renunció el general Carlos Prats a la comandancia en jefe del ejército. El presidente Allende nombró en su reemplazo al general Augusto Pinochet, quien aparecía como el oficial más comprometido y leal con la legalidad y la Constitución.


¿QUE PASO CON ELLOS?


Los grandes, los "generales civiles" detrás del golpe ganaron la batalla y hasta ahora la guerra. Aparecieron poco, porque prefirieron mover sus peones civiles y militares. Pinochet dijo alguna vez que había que gobernar para los ricos porque ellos tenían la plata. Apellidos como Matte, Edwards, Claro, Luksic, Angelini, Yarur, Said, se oyeron mucho durante la dictadura. Y fueron escuchados. Los grupos económicos crecieron, la economía se transnacionalizó con enormes flujos de capital extranjero. Algunos grupos se reestructuraron. Otros cayeron en la crisis de comienzos de los 80, como Los Pirañas de Javier Vial y el conglomerado Cruzat. Surgieron nuevos grupos y aparecieron otros millonarios, casi todos ligados a las privatizaciones o a coyunturas como el peligro de guerra con Perú y Argentina. Como clase, la burguesía ganó enormemente con la dictadura. Abrió nuevos campos de negocios como la previsión -las AFP acumulan más de 30 mil millones de dólares pertenecientes a trabajadores- y la salud. También la educación. Y sacó capitales al extranjero. Con las organizaciones sindicales destruidas, los patrones acumularon riquezas y dinamizaron un modelo que -pasada la crisis de los 80, casi una quiebra general- logró importantes éxitos macroeconómicos, teniendo siempre la posibilidad de recurrir al Estado en caso de dificultades mayores. Ocurrió con el salvataje de los bancos a un costo de miles de millones de dólares.

Los agricultores recuperaron tierras y lograron someter a los campesinos y a los mapuche. Se libraron de los sindicatos agrícolas pero no pudieron reconstituir los latifundios. El capitalismo llegaba también al campo. Incluso debieron soportar el imperativo "¡cómanse las vacas!" que les lanzó un ministro de Pinochet cuando se quejaron de las políticas de precios que los marginaba del mercado.

Chile, entretanto, exhibe una de las peores distribuciones del ingreso en el mundo y muestra una sociedad quebrada en la cual los ricos manejan los resortes ocultos del poder.

Los conspiradores civiles son ahora demócratas. Son personalidades respetadas por amplios sectores. Agustín Edwards, Sergio Onofre Jarpa, Sergio Diez, Ricardo Claro, Sergio de Castro, Eugenio Heiremans y el propio Orlando Sáenz. Los personajes menores han sido olvidados. Muy pocos los relacionan con los crímenes, abusos y atrocidades de la dictadura
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(Texto tomado de la revista PUNTO FINAL y que fue publicado en marzo de 2001)